La suela del zapato de mis juguetes
Por allá donde sea que queramos pararnos a pensar en cómo hemos llegado a un punto en el que no existe retorno posible, será momento de que incluso sin saber siquiera el aroma del volar de la imaginación o la nitidez de una bonita sensación, miremos atrás y valoremos ese momento en el que decidimos lanzarnos a un vacío en el que por no haber, no había ni inseguridades. ¿Cómo dar forma a algo que no hemos tenido nunca entre manos? Y peor aún, ¿cómo justificar tal incidencia sobre los actos de un alma impertérrita, sesgada por el tiempo y el continuo dejarse llevar?
Enamorados de ilusiones, como el niño que llevamos dentro y sueña dando voz a sus miniaturas y velocidad a sus monoplazas de algún tipo de pseudometal a escala. Así permanecemos, agarrándonos a sombras, inciertas, y no digo efímeras dada su longevidad en el tiempo, pero sí, presas de una volatilidad impropia de ser algo que aunque no en mi mundo, posee carne y hueso que los mueve.
Echa de menos la voz de quien te meció la vida, echa de más las ganas que tienes de no tenerlas, echa un pulso a tus cabales, y echa el resto por aquello que creas que bien lo merezca.
Es tiempo de que cobren vida propia, de que las figuras guíen a sus dueños y de desposeer creencias poco útiles a la hora de buscar aquello que tanto condiciona el enfoque de aquel chaval con botas de vaquero, así, nos daremos cuenta de todas esas situaciones en las que pudimos parar el tiempo sin temor a que por inercia el mismo nos paralizase, quedando atrapado entre las dos bóvedas del reloj de arena que habitaba también en esa caja de juguetes.
Disfrutad
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