A cántaros

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Allá por aquel tiempo que nadie recuerda, donde se fabrican y aún no se desvirtuaban leyendas, pugnaban por disfrutar del dominio del Monte Olimpo toda clase de deidades nacientes y supervivientes en la cultura conocida a día de hoy. Padre de Dioses, Zeus, eternamente regentó los Balcanes y observó desde el cénit conatos y desesperaciones de criaturas y aspirantes, convirtiendo siglos de guerra en pura gigantomaquia.

Hefesto, eternamente acomplejado ante la perfección de Zeus y su séquito, trabajó arduamente entre fraguas para crear un sistema de asalto al mirador más maravilloso de toda Grecia, cansado de vivir en la sombra y decidido a arrebatar el tridente que empodera a todo aquel que lo empuñe, encauzó sus esfuerzos a fabricar la llama perpetua, que fuese idónea para subsistir ante zarpazos de Zeus en forma de rayos, truenos y apoyado en Urano, creando todo tipo de lluvias para derrotar a Hefesto en su escalada al Olimpo. Más allá de solventarlo, la llama se tornó ingobernable, poderosa, indeleble, minimizando destrezas de Zeus hasta mudar en impotentes. Testó embestidas de todos los colores y con todas las intenciones habidas y por haber, pero nada le valió para extinguir las ascuas que no solo marchaban díscolas hasta su templo, sino que bañaban pasto y verde dando luz a toda la villa ateniense.

Aun a riesgo de abandonar su zona de confort y sucumbir a las vastas temperaturas, todos los animales que guardaban y daban vida plena a estos seres supremos en la cúspide griega, decidieron mezclarse con la lluvia que procuraba extinguir la fuerza y ambición de Hefesto, hallando como propósito alcanzar la polis evitando las llamas y huir al Norte donde Salónica les otorgaría protección.

Durante siglos, y milenios después, todo tipo de mitos y leyendas sobre batallas olímpicas se crean y se distorsionan dando paso a innumerables maneras de entender nuestro mundo, es por ello que a día de hoy, se utilizan diversas maneras de referirnos a aquellas situaciones cotidianas que nos rodean y que enriquecen nuestra existencia. Aludiendo al deseo de perros y gatos de huir del Monte Olimpo escoltando la lluvia y dejándose rodar ladera abajo en busca del exilio, se emplea la expresión "llueven perros y gatos", utilizada en el ámbito anglosajón, y que iluminada por una nueva Grecia, presa de las llamas y bajo mandato de Hefesto, permanece en el recuerdo de todos aquellos que en algún momento osaron a negar y desafiar la evidencia, por muy descabellado que parezca.

"Enciende un sueño y déjalo arder en ti"
Disfrutad

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