Nadie como tú.


Vivimos en un mundo repleto de injusticias, y a mi me está tocando vivir la mía. La más grande de todas.

Puede que las últimas imágenes que tenga de ti sean en una engorrosa cama de hospital, y con un aspecto debilitado, o al menos eso es lo que tú puedes pensar y te puede hacer sentir incómodo, pero has de saber que las últimas imágenes que me llevo de ti son esas en las que nos sonries cada vez que nos miras, que nos mandas un beso, que nos tiendes la mano para que te la sostengamos, luchando por nosotros.

Es un ejemplo solamente de que siempre has tenido tus más y tus menos, pero yo decido quedarme con los más. Esos que te han hecho ser el mejor padre del mundo hasta el último día.

Recuerdo como entrabas en mi habitación de San Luis a las 6 de la mañana para poner a cargar el coche teledirigido para ir los domingos al parque de las tinajas a pasearlo. Consigo recordar como me atabas los aparatos de volar en los sillones de mimbre de la entrada. Como me subías a cuculumbillo siempre que te decía que estaba cansado, aburrido, o simplemente lloraba porque las palomas me acosaban. Burlabas a la videoconsola cuando ponía SEGA y tu decías JUEGA. Automáticamente se me va la mente a esas mañanas en las que conseguiste que aprendiese a montar en bici en el parque del ferial. Me decías no mires al suelo, mira al frente y manten el equilibrio para no caerte (justo lo que hago ahora). Cuando me hacías creer que me afeitaba con la parte de atrás de la maquinilla, cuando también me hacías creer que guiaba el vespino con solo poner las manos en el manillar, incluso hacerme creer que conducía muy deprisa mi bici por los caminos de Calderón y realmente era tu mano que me empujaba para ir más rapido.

Así es todo lo que recuerdo contigo, ayudándome a seguir.
Desde la cantidad de horas que has pasado en los pasillos de la escuela de música, hasta los miles de kilómetros que has hecho con el Renault 21 para llevarme a todos los pabellones que pueden existir en el mundo desde que no levantaba una palma del suelo, hasta que salía el último de las duchas.
Has trabajado como el que más para que no nos de la sensación de que nos falta nunca nada, has sabido ilusionar a la mejor mujer que pisa la tierra. Habeis dejado en el mundo dos personas que hoy pueden presumir de ser lo que son sólo gracias a lo buena persona que has sido con todo el mundo. Siempre con respuesta para todo, sacándole el sentido del humor a cualquier comentario, incluso con un carácter peculiar que te hacía amenazarme con no darme besos si no me pelaba o me afeitaba, siempre has sabido tener esa muestra de cariño que todo el mundo necesita.

Va a ser muy duro saltar al campo el fin de semana que viene y no verte en la esquina del pabellón, pero estoy seguro que vas a seguir interesándote por nuestros partidos, y más claro aún está a quién le voy a dedicar todo aquello que me provoque felicidad dentro de esa cancha en la que tu me has mantenido siempre fuerte, vigilando por si tenía frío en el banquillo y yo andaba sin sudadera, preocupándote por cada lesión y celebrando cada acción.

Me pasaría horas escribiendo, pero ya no me quedan fuerzas ni lágrimas esta noche.
El mundo me arrebata un tercio de mi, y créeme que no existe dolor por encima de este, más que nada porque no te han dado tiempo para pelear, y estoy seguro que si lo hubiesen hecho lo hubieses conseguido, pero ten claro que tu recuerdo permanecerá grabado a fuego en mi, hasta que el cielo se apague, y pase lo que pase...



Te quiero mucho papá, siempre seré tu pollillo, y me seguiré dejando lo mejor de la comida en el plato.

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