Meridiano de Greenwich

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Ordenas tu vida al mismo tiempo que se desordenan líneas estelares, con la certeza de que operas contracorriente y todo cuanto tenías amarrado se esfuma entre una fuerza estéril y la grieta que has dejado entre tus dedos. Pero no temes, todo acata un guión etéreo, sin trazos, que se ha ido engendrando con el devenir del tiempo y una serie de determinaciones que me atrevo a calificar cuanto menos de inciertas.

En cuestión de medio santiamén estalla la coyuntura en la que ese orden que alcanzas va más en la línea desbarajustada que los astros sellan, y la certidumbre de tiempos pasados torna en una aflicción supeditada siempre a un dejarse llevar que puede, parafraseando a la capital danesa, sonar demasiado bien o rechinar. Pero si en algo somos expertos de un tiempo a esta parte es en levantar el pie para sortear el cableado, sin importar cómo ni cuando sobrevolará la incertidumbre de nuevo nuestro hombro izquierdo alertándonos de cualquier tipo de turbulencia emocional.

Terminarás avistando esa ola asemejada a una montaña, que nubla cualquier esbozo de rayos lunares al caer la noche y darle color gris al pensamiento. Solo queda surfear sobre el meridiano de Greenwich al compás de una manecilla de reloj que descuenta a cada golpe soplos de juventud.

"No entres dócilmente en esa buena noche.
La vejez debería delirar y arder cuando se acaba el día.
Rabia, rabia, contra la luz que se esconde."

Dylan Thomas

Disfrutad

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