Imperativo patriarcal.

Son tiempos idóneos para aquellos que sin pensárselo dos veces son capaces de asir su vida por los cuartos traseros y enfilar su diagonal más perfecta y puntual, mostrándose así sin media turbación en dirección a su no-muerte, piensan que cambiar el mundo será lo mejor que intenten. Pero nadie es tan amable cuando sus ojos se vuelven a lo adverso en un mundo de uñas en punta y ceños fruncidos.

Rutina inalterable al besar el suelo de una cascada sin control sabiendo aún así que todo se reduce al tiempo... o no, todo está en la vía. Los compases del paciente son fáciles de desorganizar, bien por quejarse de la salinidad del agua de un lago rojo, o bien por puro vicio cristalino. Nunca supo nadie como entrar en la lágrima que recorre un iris del mismo color que el que baña el suyo propio de sobra conociendo cómo potenciar sus puntos fuertes, y hacer que flaquee en sus débiles.

365 páginas de un libro en los que unas han sido más claras que otras, y algunas de sus líneas menos torcidas que precisas. Pero con uniformidad en cada capítulo se define, siendo el imprescindible tenerlo a su lado cada noche y junto a su pecho cada día, incluso cuando el cielo no es del color que se piensa.

Un mínimo común que se extrapola a un olor característico y que hace único cada minuto frente al espejo, a su vez golpeando con firmeza la agridulzura de una mirada engañosa, y que pocos saben interpretar. Pocos reyes supieron conservar su riqueza, reyes que con el paso de amaneceres añorarán tiempos pasados convertidos en quimera, con una banda sonora particular.

Una historia que se sigue escribiendo, sigue consumiendo celulosa a la par que espera que su lector se vaya a dormir plácidamente.

"En un beso, sabrás todo lo que he callado" (P.N)

Disfrutad.